La palabra chakra proviene del sánscrito y significa “rueda” o “vórtice”.
Existen siete chakras principales que canalizan la energía a lo largo de la columna vertebral, y numerosos chakras segundarios que recogen todo el cuerpo.
Cada uno de los siete chakras está asociado a una de las siete glándulas endocrinas del cuerpo y a un grupo de nervios llamado plexo que rige a fin de mantener el estado óptimo de las funciones que le corresponden.
Actúan como bombas o válvulas que se abren y se cierran en función de lo que pensamos o sentimos, y según los filtros perceptivos que elegimos para experimentar el mundo y manifestarnos en este. Así, realzan nuestra personalidad, tanto sus cualidades como los retos o tendencias “negativas” individuales.
El funcionamiento de los chakras depende de las decisiones que tomamos diariamente y de nuestra forma de reaccionar ante las circunstancias y desafíos. Al proponer unas pautas de crecimiento inherentes a sus características, brindan retos y enseñanzas que favorecen el desarrollo de la consciencia y del autoconocimiento a lo largo de la vida.
Cada centro se podría considerar como el peldaño original y único de una escalera que subir. Sin embargo, como la evolución es cíclica y no lineal, y por el hecho que cada persona tiene su propia manera de procesar lo que le toca experimentar, la exploración de estos centros siempre será singular, adaptada a las necesidades evolutivas individuales.