Comprendí que cualquier reto que nos plantea la vida es el reflejo de lo que el alma quiere que sea reconocido e integrado para "el propio bien" (! aunque a veces no lo parezca en absoluto!).
Hallé salidas inesperadas y medios que re-conectan en profundidad con lo que uno es de verdad en esencia, lo que está virgen dentro, lo que vibra aún en el amor incondicional.
Encontré cómo acabar con patrones avasalladores llevados a cuestas - ciertos décadas sin saberlo siquiera -, y cómo reemplazarlos por unos nuevos que
propicien dicha, goce y entusiasmo.
Aprendí que cada persona es una "obra de arte" única, digna de ser y merecedora, y que si hay algo que cambiar para ser feliz, para que se modifiquen las devoluciones que se reciben desde fuera, y para plasmar lo que uno desea de verdad, es ante todo la percepción que uno tiene de sí mismo y de su existencia, y las proyecciones o relatos que se hace al respecto.
Ahora estoy convencida de que la felicidad vuelve a brotar cuando se escucha y se sigue la propia intuición, sin cuestionarla o buscar interpretarla desde los filtros de la mente. Se que todos tenemos habilidades especiales - algunas fuera del entendimiento racional o común con las que a veces no se sabe que hacer porque asustan, abruman o paralizan -; dones que solo basta reconocer, valorar y asumir como tales para plasmar lo que realmente se desea en la propia vida.